En medio de la tormenta y la perplejidad que ha generado la guerra de los aranceles, debemos de evitar caer en lo que se conoce como “visión de túnel” o “pérdida de visión periférica”, condición médica que imposibilita ver los objetos que no están directamente delante de nuestros ojos.
Mientras estamos absortos en los aranceles que ha anunciado imponer Trump, no hemos reparado en el real peligro que representará China, para nuestras economías, en este nuevo escenario.
Si no estamos preparados, los característicos excedentes de producción de ese país, que se incrementarán exponencialmente, por las medidas impuestas por Estados Unidos y por el decrecimiento de su población, podrían ingresar a precios subsidiados e irrisorios por la puerta de atrás y sorprendernos con la guardia abajo. Colombia es especialmente vulnerable.
Por eso, no hay que creer en los cantos de sirena que claman y abogan, como una solución milagrosa, por adherirse a la ruta de la seda o negociar un tratado de libre comercio con ese país. Ello sólo conduciría a un acuerdo verdaderamente faustiano.
Lejos de representar una alternativa, para encontrar nuevos mercados, ese camino puede arrasar, como un tsunami, la estructura productiva nacional.
Así que bajémonos de la nube. No hay la menor posibilidad de que ningún país pueda competir con China. Los aranceles impuestos por Estados Unidos a ese país simplemente obedecen a esa realidad.
El ingreso incondicional de China, a la OMC en el año 2001, a pesar de que su sistema económico y político implicaba un juego desigual y un aprovechamiento indebido de la apertura de los mercados occidentales, significó la némesis del sistema multilateral de comercio.
Las ventajas comparativas de China no se derivan de ningún factor de eficiencia sino de los privilegios artificiales que se originados en su economía de no mercado, en la ausencia de mínimos estándares de seguridad industrial y ambientales, en la falta de básicas garantías laborales y en el quebranto de los derechos humanos, entre otras políticas inadmisibles y propias de un estado totalitario.
No en vano una de las máximas de Deng Xiao Pin, quien es considerado como el arquitecto de la China moderna, fue que China debía conquistar el mundo, no a través de sus ejércitos, sino de los mercados, tarea que ese país ha acometido con un éxito indiscutible.
Wally Adeyemo y Joshua Zoffer, en reciente artículo de The Economist, ilustran como mientras occidente abrió su mercado a China y eliminó los subsidios a la producción, China hizo lo contrario: vulneró los derechos de propiedad intelectual e invirtió cientos de billones de dólares en subvenciones y en esfuerzos para dominar la producción mundial y las cadenas globales de valor.
La situación que hoy vive el mundo estaba anunciada pero los miembros de la OMC le han sacado el cuerpo y han evitado abordar este problema, en el seno de esa organización.
De ahí que es una necesidad improrrogable que el mundo occidental se dé a la tarea de revisar los términos y condiciones de la permanencia de China en esa sede, si pretende asegurar la sobrevivencia del sistema multilateral de comercio, que de por sí ha quedado ya bastante maltrecho.
Probablemente lograr consensos en ese sentido, tarea que bien pudiera haber liderado Estados Unidos, hubiera sido más deseable que las medidas unilaterales que ha adoptado ese país.
En todo caso lo que sí es improrrogable es pensar en reforzar nuestras medidas de defensa comercial de manera decisiva.
Estamos avisados.
Beneficios LR Más
¿Quiere publicar su edicto en línea?
Contáctenos vía WhatsApp